En la época donde más información circula acerca del ejercicio físico es difícil discernir entre aquella que realmente está basada en una cierta evidencia científica y la que solo existe para que gastemos más dinero. Es tentador para las marcas jugar con los miedos y las inseguridades de las personas para que consuman productos y servicios que realmente no necesitan. Con el paso del tiempo, estas ideas se convierten en axiomas que todo el mundo repite y acaban convirtiéndose en «la verdad que todo el mundo sabe». El problema es cuando estas ideas fragilizan a la población y desincentivan la actividad física.
En este post te cuento ciertas reflexiones sobre cómo iniciar y gestionar una práctica de movimiento «longeva y satisfactoria».
La realidad es que no existe un ejercicio que sea «el mejor» para todo el mundo, toda práctica tiene elementos a favor y en contra pero no se puede afirmar que ninguna técnica es superior a otras. En mi opinión, el mejor ejercicio para tu salud (la tuya individual), es aquel que puedes mantener en el tiempo con poco o ningún esfuerzo. Aquel con el que disfrutas, te lo pasas bien y sientes que te aporta efectos positivos en tu calidad de vida. Si tu actividad física es motivante, te hace sentir bien y puedes mantenerlo en el tiempo porque no te lesionas: ese es tu ejercicio ideal. No escuches a quien te diga que es peligroso o lesivo, si para ti funciona, continúa con ello.
La respuesta es un NO rotundo. No existe ningún ejercicio que sea dañino per sé. Que un ejercicio tenga un potencial mayor para producir lesiones tiene que ver con la carga que genera dicha práctica. Pero el problema no está en el ejercicio, sino en si tu cuerpo está preparado para tolerar la carga que supone el hacer esa práctica. Si quieres practicar un ejercicio que requiere cargas y velocidades altas, primero tienes que prepararte para soportar la carga que supone.
La clave está en encontrar la dosis exacta. Puede que estés practicando una actividad que te encanta pero si el volumen y la intensidad es excesiva, y no permites que tus tejidos se recuperen porque no hay periodos de descanso, es probable que tenga consecuencias negativas. De igual forma, practicar poco volumen de ejercicio y siempre a baja carga e intensidad probablemente no te ayude a mejorar la tolerancia de tus tejidos e incluso es posible que puedas experimentar una desadaptación a la carga.
Por tanto el objetivo es desarrollar una práctica suficiente para estimular la adaptación de tus tejidos, pero no excesiva que los destruya.
Como casi siempre depende de las circunstancias. Por ejemplo si tienes poca o nula experiencia en ejercicio y no sabes bien cómo empezar, quizá es interesante contar con alguien que te ayude inicialmente y que te acompañe en tu proceso para identificar el ejercicio adecuado para ti, el tipo de carga que genera adaptaciones y puedes tolerar, y las capacidades físicas a las que deberías prestar más atención como la flexibilidad, la fuerza y la coordinación entre otros.
Si lo que necesitas es alguien que te ayude a entender cómo se comporta tu cuerpo, a mejorar tu movimiento y te estimula a crecer asumiendo retos más complejos que por ti mismo quizá no te plantearías, un entrenador puede desarrollar esa tarea y ser de gran utilidad.
Para algunas personas es difícil encontrar de forma autónoma una rutina de ejercicio constante y consistente. Si un entrenador te ayuda a motivarte y elimina la sensación de monotonía explorando cada día nuevas experiencias de movimiento, en mi opinión es una inversión muy buena. La otra opción es el sedentario y eso es realmente mucho «más caro» para nuestra calidad de vida.
También es relevante la ayuda de un entrenador si te estás lesionando con frecuencia practicando ejercicio por tu cuenta. El profesional en este caso reorganizará tus sesiones y encontrará aquella causa que te impide realizar el ejercicio de la mejor forma posible.
Sin embargo, si dependes de tu entrenador y afecta negativamente a tu autonomía porque crees que sin supervisión no puedes ejercitarte, la relación con tu entrenador te está limitando. La práctica de movimiento debe reforzar la confianza en ti mismo y en tu cuerpo, no crear dependencia. Tu entrenador siempre tendrá que empoderarte a realizar las cosas por ti mismo, con confianza.
1. Necesitas generar un hábito. Desarrollar una práctica de movimiento que se convierta en automática y sencilla de completar. Además, es importante que no te suponga mucho tiempo al principio. Escoge algo sencillo que puedas hacer de forma consistente y rutinaria. No te compares con nadie, cada uno tiene su propio contexto e historia con el movimiento y tú estás construyendo la tuya de la manera correcta: progresivamente. Poco a poco avanzarás en tu práctica y crearás el hábito. Al principio es mucho mejor practicar 10 minutos diarios durante 5 días, que 50 en un único día.
2. Aumenta tu práctica de forma progresiva. Busca incrementos accesibles y constantes, no excesivos y puntuales.
3. Si un día fallas, no falles un segundo día. Si te saltas una sesión por el motivo que sea: pereza, te has olvidado, has priorizado el trabajo, el estudio o lo que sea por encima de tu actividad física regular, no hagas un gran drama pero sé disciplinado contigo mismo y asegúrate de retomar la práctica al día siguiente. Quieres construir un hábito y para ello es importante el compromiso contigo y con tu objetivo.