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¿Cómo utilizar el movimiento para modular el dolor crónico?

Vista la evidencia científica disponible, ya podemos decir sin miedo a equivocarnos que la exposición graduada al movimiento y la educación sobre el dolor, son intervenciones de gran eficacia y con buenas probabilidades de éxito si son ejecutadas correctamente. 

Utilizar la exposición al movimiento requiere conocer los mecanismos del movimiento sobre el dolor, pero al mismo tiempo comprender los procesos bio-psico-sociales que experimenta la persona con dolor asociado al movimiento.

Sabemos que una persona que percibe dolor cuando se mueve probablemente desarrollará la creencia de que “el movimiento implica dolor”. Si no somos capaces de cambiar dicha creencia, cualquier intento de iniciar la práctica de ejercicio seguramente desembocará en fracaso.

Una de las claves es encontrar la dosis mínima de movimiento que el sistema de la persona pueda tolerar sin generar una reacción de dolor. En fases iniciales, cualquier sensación dolorosa va a perpetuar la creencia de que el movimiento es igual a dolor, que cada vez que se mueve le duele y que algo muy grave debe estar sucediendo en su cuerpo porque “duele mucho”.

Movimiento y Dolor El objetivo es encontrar un entorno donde el movimiento sea positivo, no doloroso, incluso agradable para la persona. A veces, emplear posiciones poco familiares es de gran ayuda porque la persona no lo asocia con su actividad diaria. Si conseguimos generar una experiencia de movimiento positiva, sin dolor y que exceda las expectativas de la persona, tenemos mucho terreno ganado.

En ocasiones, la sensibilización es tan importante que debemos empezar con un movimiento de tipo “imaginario”. Esto sucede en casos complejos que no admiten nada de movimiento sin dolor.

Existen diferentes técnicas que han demostrado eficacia en el manejo del dolor crónico y que no implican que la persona se mueva de forma activa. Una de ellas es la imaginería motora, que consiste en imaginar la ejecución de ciertos movimientos. Otra es la observación de acciones, donde se visualizan imágenes, vídeos o a otras personas moviéndose. Es muy interesante saber que solo el hecho de visualizar o imaginar movimiento activa en nuestro cerebro los mismos mecanismos que cuando nos movemos. De hecho, hay evidencia de que estas prácticas tienen efectos positivos sobre el dolor en algunos casos.

Una vez superada esta fase, se puede iniciar movimiento de forma aislada y más analítica. Pequeños movimientos en ciertas articulaciones que ayudan a la persona a “sentir” y comprender mejor el efecto del movimiento en su cuerpo. Necesitamos recuperar la comunicación del sistema sensorio-motor para poder incrementar progresivamente la dificultad y el reto de las tareas de movimiento. De nuevo, los ejercicios propuestos suelen estar muy descontextualizados para que la persona no asocie dicho mismo movimiento al que le genera dolor en su vida diaria.

Por tanto, empezaríamos generando pequeños movimientos que no causan un dolor notable. Paulatinamente iremos expandiendo su vocabulario de movimiento, comenzando a integrar diferentes partes del cuerpo: la cabeza con los hombros, los hombros con el torso, el torso con la pelvis, la pelvis con los pies, y luego todo con todo.

Queremos que aumente de forma constante la coordinación y la variabilidad de movimientos de la persona. Que sus opciones de movimiento sean cada vez mayores y que incremente su capacidad para moverse sin dolor.

Llegados a este punto, el siguiente paso consiste en incrementar el volumen de trabajo. Es absolutamente necesario aumentar las capacidades físicas básicas de la persona. Hablamos de fuerza, de estabilidad, de movilidad, capacidad cardiovascular incluso. Si la tolerancia al esfuerzo no mejora, la persona estaría expuesta a cualquier cambio en su estilo de vida que suponga más actividad y que produzca una nuevo episodio de dolor. 

En paralelo, siempre es recomendable incrementar la intensidad de trabajo en la medida de lo posible. Sabemos que para producir efectos positivos sobre el dolor, cargas por encima del 60-80% generan más hipoalgesia que cargas más bajas mantenidas en el tiempo. Además se ha observado que más intensidad ayuda a estimular ese mecanismo descendente antinociceptivo en comparación con un trabajo más moderado. El trabajo de fuerza e intensidad tiene unos efectos muy interesantes sobre el dolor y en ocasiones no se aplican por miedo o desconocimiento.

Al final del proceso, la rehabilitación se asemeja mucho más a un entrenamiento. En esta fase el dolor no suele ser protagonista y la práctica se sustenta en ejercicios más funcionales y desafiantes. Es importante mantener a la persona adherida al ejercicio, hacer que sea parte de sus hábitos de vida y que lo asocie con salud, bienestar y autoconfianza en sí misma. Las personas dejan de hacer ejercicio sobre todo por falta de motivación. La motivación se mantiene sobre todo si perciben los efectos positivos del ejercicio o si se divierten y disfrutan de la actividad. Por tanto es fundamental seguir creando retos interesantes que nos ayuden a “blindar” su recuperación y mantener a la persona activa y en movimiento.

 

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Tratamiento del dolor basado en la última evidencia científica.

 

Si todavía no lo has hecho, te aconsejamos leer el artículo Dolor y movimiento (Parte I) . En este post Juan Nieto repasa los mecanismos por los cuales el movimiento puede reducir el dolor.

Imágenes: Canva